El temple en Torres del Río
,
El pueblo donde se ubica el albergue La Pata de Oca tiene reminiscencias templarias como así lo atestigua su Iglesía del Santo Sepulcro,
Iglesia octogonal de Torres del Rio, Navarra [España] Iglesia del Santo Sepulcro
para aquellos interesados en saber más acerca de quienes eran estos caballeros os dejo la siguiente información:
Caballeros Templarios
Los Caballeros de la Orden del Temple - Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón - fueron iniciadores de las órdenes militares y son el prototipo sobre el que se modelaron otras órdenes.
Sus comienzos modestos
Inmediatamente después de la conquista de Jerusalén
en el año1099, los Cruzados regresaron en masa a sus hogares
considerando que sus votos habían quedado cumplidos. Quedaba sin embargo
organizar la defensa de esta conquista precaria que estaba rodeada por
vecinos mahometanos. En el año 1118, durante el reinado de Balduino II
en Jerusalén, el caballero de Champagne Hugo de Payens
y ocho compañeros se obligaron a defender el reino cristiano mediante
votos perpétuos formulados en presencia del Patriarca de Jerusalén.
Balduino aceptó sus servicios y les asignó en su palacio un sector
contiguo al templo de la ciudad. De ahí su título de "pauvres chevaliers du temple".
Eran pobres habiéndose reducido a vivir de limosnas y por ser ellos
sólo nueve no estaban preparados para brindar servicios de importancia,
salvo como escoltas a los peregrinos en su camino desde Jerusalén a la
ribera del Jordán.
Balduino II de Jerusalén cede el Templo de Salomón
a Hugo Payens y a Godofredo de Saint Omer
a Hugo Payens y a Godofredo de Saint Omer
Al principio, los Templarios no tenían hábito o regla distintivos. Hugo de Payens viajó a Occidente para conseguir la aprobación de la Iglesia y lograr nuevos miembros. En el Concilio de Troyes en Champagne (1128) - al cual asistió y en el que San Bernardo fue la figura principal - los Caballeros Templarios adoptaron la regla de San Benito según su reciente reforma por los Cistercienses.
Además del voto de cruzados formularon los tres votos perpetuos y
aceptaron las reglas austeras concernientes a la capilla, refectorio y
dormitorio. Asimismo adoptaron el hábito blanco de los Cistercienses,
agregándole una cruz roja.
No obstante lo austero de la regla monástica,
numerosos reclutas acudieron a la llamada de la nueva Orden que en
adelante abarcaría cuatro categorías de hermandad: los caballeros equipados como la caballería de la Edad Media ; los escuderos que constituían una caballería ligera; y dos clases de hombres no combatientes: los grajeros encargados de administrar lo temporal; y los capellanes
que eran los únicos investidos de las órdenes sacerdotales para ejercer
su ministerio ante las necesidades espirituales de la Orden.
sello de los Templarios que simboliza la pobreza de la Orden al requerir un caballo para dos soldados
La Orden debió su rápido crecimiento en
popularidad al hecho de combinar el fervor religioso y la hazaña bélica,
las dos grandes pasiones del Medievo. Aún antes de haber demostrado los
Templarios su valía, las autoridades eclesiásticas y laicas los
colmaron de favores espirituales y temporales de todo tipo. Los papas
los colocaron bajo su protección eximiéndolos de toda otra jurisdicción
tanto episcopal como secular. Sus propiedades fueron asimiladas a bienes
eclesiásticos y exentos de toda imposición, incluso de los diezmos
eclesiásticos, mientras que sus templos y cementerios no podían ser
sometidos a interdicto.
No tardó ésto en crear conflicto con el clero de
Tierra Santa en la medida en que el aumento de los bienes raíces de la
Orden condujo, en virtud de su exención del diezmo, a la disminución del
ingreso de las iglesias y los interdictos, a la sazón objeto del uso y
del abuso por el episcopado, llegaron a ser hasta cierto punto
inoperantes allí donde la Orden poseía iglesias y capillas en la que se
celebrase en forma regular el culto divino.
No fueron menos importantes los beneficios
temporales recibidos por la Orden de los soberanos de Europa. Los
Templarios tenían comandancias en todos los estados. En Francia formaron
nada menos que once alguacilazgos, subdivididos en más de cuarenta y
dos comandancias.
fortalezas templarias en Oriente
En Palestina los Templarios extendieron sus
posesiones principalmente espada en mano a expensas de los mahometanos.
Son aún célebres sus castillos de los que nos quedan algunas ruinas:
Safèd, construido en el año 1140; Karak del desierto (1143); y el más
importante de todos, el castillo Peregrino erigido en el 1217 para
dominar un estratégico desfiladero sobre la costa del mar. La vida de
los Templarios en estos castillos estaba llena de contrastes ya que eran
a la vez monasterios y cuarteles de caballería. Un contemporáneo
describe a los Templarios como que eran
"a su vez leones de guerra y corderos del hogar,
rudos caballeros en el campo de batalla,
monjes piadosos en la capilla,
temibles para los enemigos de Cristo,
la suavidad misma para con sus amigos"
Jacques de Vitry
rudos caballeros en el campo de batalla,
monjes piadosos en la capilla,
temibles para los enemigos de Cristo,
la suavidad misma para con sus amigos"
Jacques de Vitry
Enfrentaban la muerte con indiferencia. Eran los primeros en atacar y los últimos en la retirada, con la disciplina del monje sumada a la disciplina del soldado. Como ejército nunca fue muy numeroso. Un contemporáneo cuenta que nunca hubo más de 400 caballeros en Jerusalén. Pero era un cuerpo de hombres escogidos quienes por su noble ejemplo alentaron al resto de las fuerzas cristianas. Fueron el terror de los mahometanos. En el caso de ser derrotados les estaba prohibido ofrecer pago de rescate. Si eran tomados prisioneros rechazaban con desdén la libertad que les era ofrecida a cambio de la apostasía. En el sitio de Safèd (1264) en el que hallaron la muerte noventa Templarios, otros ochenta fueron tomados prisioneros y rehusando negar a Cristo murieron como mártires de la fe. Se ha calculado que en menos de dos siglos perecieron en guerra casi 20.000 Templarios, contando caballeros y escuderos.
Tales bajas dificultaban el crecimiento de la Orden
y traía consigo la decadencia del auténtico espíritu de las cruzadas. A
medida que la Orden se veía obligada a poner de inmediato en combate a
los reclutas perdía vigencia la norma Latina originaria que establecía
el requisito de un período de prueba. Ante las necesidades de guerra
fueron admitidos incluso hombres que habiendo sufrido excomunión
deseaban expiar sus pecados. Todo lo que se requería de un nuevo miembro
era obediencia ciega, tan imperiosa en el soldado como en el monje.
Debía declararse a sí mismo "serf et esclave de la maison"
(texto francés de la regla). Para probar su sinceridad era sometido a
una prueba secreta, sobre cuya naturaleza nada ha sido desvelado aunque
ha dado origen a las acusaciones más extraordinarias.
La gran riqueza de la Orden pudo también haber
contribuído a una cierta laxitud en la moral, pero los cargos más serios
contra ella eran su insoportable orgullo y amor por el poder. En el
apogeo de su prosperidad se decía que poseía 900 títulos de propiedad.
Con la acumulación de sus ingresos habían amasado una gran fortuna que
se encontraba depositada en sus templos de París y Londres. Numerosos
príncipes y otras personas habían puesto allí en depósito sus bienes
personales por la rectitud y el crédito sólido de tales iniciadores de
servicios bancarios. En París se guardaba el tesoro real en la torre del
Temple. Habían sido propietarios de la isla de Chipre que les vendió Ricardo Corazón de León. Se decía de ellos que escondían el Santo Grial con otros tesores de valor incalculable
Salvo por la lejana autoridad del papado y con un
poder equivalente al de los principales soberanos temporales, la Orden
mantuvo una gran independencia y pronto asumió el derecho a dirigir el
débil e indeciso gobierno del Reino de Jerusalén, una monarquía feudal
transmisible por línea femenina expuesto a todas las desventajas de las
minorías, regencias y discordias domésticas. No obstante, los Templarios
pronto hallaron la oposición de la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén
que también se había militarizado, siendo primero imitadores y luego
rivales de los Templarios. Esta inoportuna interferencia de las Órdenes
en el gobierno de Jerusalén solamente sirvió para multiplicar las
disidencias internas en momentos en que el temible poder de Saladino
amenazaba la existencia misma del Reino Latino.
Para poner fin a esta rivalidad entre las órdenes
militares se barajó la posibilidad de fusionarlas. Fue oficialmente
propuesto por San Luis de Francia
en el Concilio de Lyons de 1274. Nuevamente fue propuesto en 1293 por
el papa Nicolás IV quien llamó a una consulta general de los Estados
cristianos sobre este punto.
Como nieto de San Luis, Philippe IV “le Bel” no podía permanecer indiferente a estas propuestas. Por ser el príncipe más poderoso de la época, le correspondía dirigir el movimiento. Inició una campaña para la supresión de los Templarios que a menudo ha sido atribuída a su bien conocida codicia pecuniaria. Necesitaba un pretexto ya que no podía sin sacrilegio apoderarse de bienes que formaban parte del dominio eclesiástico. Para justificar tal proceder era necesaria la sanción de la Iglesia cosa que el Rey sólo podría obtener si mantenía el sagrado propósito al que estaban destinadas las posesiones. Aún admitiendo que fuera suficientemente poderoso como para tomar los bienes de los Templarios en Francia, requería no obstante el aval de la Iglesia para asegurar el control sobre sus posesiones en otros países de la Cristiandad. Tras influir de forma determinante la elección de un nuevo pontífice - el aquitano Clemente V - e instalarlo en Avignon, Philippe IV se convirtió en aladín de la ortodoxia acusando a los Templarios de herejes y obteniendo del Papa la supresión de la Orden.
Como nieto de San Luis, Philippe IV “le Bel” no podía permanecer indiferente a estas propuestas. Por ser el príncipe más poderoso de la época, le correspondía dirigir el movimiento. Inició una campaña para la supresión de los Templarios que a menudo ha sido atribuída a su bien conocida codicia pecuniaria. Necesitaba un pretexto ya que no podía sin sacrilegio apoderarse de bienes que formaban parte del dominio eclesiástico. Para justificar tal proceder era necesaria la sanción de la Iglesia cosa que el Rey sólo podría obtener si mantenía el sagrado propósito al que estaban destinadas las posesiones. Aún admitiendo que fuera suficientemente poderoso como para tomar los bienes de los Templarios en Francia, requería no obstante el aval de la Iglesia para asegurar el control sobre sus posesiones en otros países de la Cristiandad. Tras influir de forma determinante la elección de un nuevo pontífice - el aquitano Clemente V - e instalarlo en Avignon, Philippe IV se convirtió en aladín de la ortodoxia acusando a los Templarios de herejes y obteniendo del Papa la supresión de la Orden.
Su trágico final
Philippe le Bel dió órdenes secretas para arrestar
de forma simultánea a todos los Templarios de Francia (13 de octubre de
1307) y de someterlos a interrogatorio. Se empleó la tortura, de uso
autorizado en la época para presuntos crímenes cometidos sin testigos.
El secreto con el que se efectuaban los ritos de
iniciación en la Orden dio origen a sospechas sobre las cuales se
basaron graves imputaciones. Los Templarios fueron acusados de escupir
sobre la Cruz, de negar a Cristo, de tolerar la sodomía, de adorar a un
ídolo, todo en el más impenetrable secreto. La mayoría de los acusados
se declaró en los interrogatorios culpable de estos crímenes secretos.
Tal fue el caso del mismo Gran Maestre, Jacques de Molay, quien luego al
pié de la hoguera se arrepintió de haber admitido acusaciones falsas
contra la Orden.
En una segunda fase del proceso hubo un
interrogatorio papal no restringido a Francia sino que se extendió a
todos los países Cristianos de Europa y hasta al Oriente. En Francia la
comisión papal aceptó los hechos como se habían establecido en el juicio
y se limitaron a reconciliar a los miembros culpables arrepentidos,
imponiendo diversas penalidades canónicas que se extendían hasta la
prisión perpetua. Sólo aquéllos que persistían en la herejía debían ser
entregados al brazo secular y aquéllos que negaban sus confesiones anteriores
fueron considerados herejes reincidentes. Cincuenta y cuatro Templarios
que se habían retractado luego de haber confesado fueron condenados
como reincidentes y quemados públicamente el 12 de mayo de 1310. Después
de ésto los demás Templarios que habían sido juzgados se declararon
casi todos culpables. El Papa, indeciso y hostigado, decretó en bula de
22 de marzo de 1312 la disolución sin condenar a la Orden. Suprimida la
Orden, el Papa debía decidir acerca del destino de sus miembros y cómo
disponer de sus bienes. Las propiedades fueron entregadas a la Orden
rival de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén
para ser usadas en su propósito original de defensa de los Santos
Lugares. Sin embargo, en Portugal y en Aragón sus propiedades fueron
entregadas a dos órdenes nuevas, la Orden de Cristo en Portugal y la
Orden de Montesa en Aragón. En cuanto a los miembros de la Orden
reconocidos sin culpa, se les ofreció bien unirse a otra orden militar o
bien regresar al estado secular. En este último caso se les otorgó una
pensión vitalicia con cargo a los bienes de la Orden. Los miembros que
se habían declarado culpables delante de sus obispos habrían de ser
tratados "conforme a los rigores de la justicia, atemperados por una misericordia generosa"
El Papa reservó para su propio arbitrio la causa
del Gran Maestre y de sus tres principales dignatarios. Habían confesado
su culpabilidad y era necesario reconciliarlos con la Iglesia tras
haber atestiguado su arrepentimiento con la solemnidad acostumbrada.
Para darle más publicidad a esta solemnidad fue erigida delante de la
catedral de Notre-Dame de París una plataforma para dar lectura a la
sentencia. Pero en el momento supremo, el Gran Maestre recuperó su
coraje y proclamó la inocencia de los Templarios y la falsedad de sus
propias confesiones. En reparación por este deplorable instante de
debilidad se declaró dispuesto al sacrificio de su vida. Sabía el
destino que le aguardaba. Fue arrestado como herético reincidente junto a
otro dignatario que eligió compartir su destino y por orden del Rey y
su valido Nogaret fueron quemados en la hoguera frente a las puertas del
palacio. Esta muerte impresionó profundamente al pueblo y dado que
tanto el Papa como el Rey fallecieron poco después, corrió la leyenda
según la cual el Gran Maestre desde el seno de las llamas los había
convocado a los dos a comparecer dentro del año frente al tribunal de
Dios.